8 nov 2009

otoÑo


De niño el otoño era época de lluvias. Ahora no llueve igual, apenas llueve. Las nubes, desde hace tiempo, sólo rozan mi tierra y el viento empuja algunas gotas hasta el suelo febril de seco. Sin embargo la luz del otoño sigue siendo tan melancólica.

La lluvia del otoño limpiaba el aire, pegaba en los cristales el polvo seco,  abatía el carrizo, tumbaba  sobre la tierra las hierbas secas del estío, y el tiempo se encogía poco a poco hasta el invierno.

Hoy el agua no vendrá del cielo, entrará por el este, a trompicones y con prisas.  La veré llegar a ras, despacio, ancha. Esperaré su triunfo efímero sentado en la piedra donde el abuelo solía contarme los cuentos. Esperaré verla pasar bajo mis pies, la esperaré hasta que dibuje en mi cara una sonrisa. Y mediré su espacio con los brazos abiertos.
Llegará hasta tu puerto de nuevo, inundará las tablas,  y la barca flotará, y en su dicha se sentirá velero; aunque ya conoce su destino: nunca se romperá la estaca que le impide dejarse mecer para siempre por el viento.
El viento que no trajo la lluvia danza sobre los carrizos secos, les avisa que espera a su amada, que la masiega ya se está vistiendo. Con brío los tumba en el lecho, si viene el agua quiere que estén ya durmiendo.
Llegará el agua, y se hará una fiesta, bailarán todos de contentos. ¿Cuánto durará el espectáculo? ¿Cuántos pedirán en su canción no ver este paraíso otra vez muerto?