31 oct 2011

Procesos Naturales. 1ª Parte.

...las tablas que se formaban entre Daimiel y Villarrubia de los Ojos...
...y le dotaban de aguas cristalinas y puras de las que...
...durante el sofocante estío,...
...zonas propensas a  las inundaciones,...
...recortando los volúmenes de agua,...
...una gran zona inundable de varios miles de hectáreas.
...e secaban por completo algunas, parcialmente otras...

Procesos Naturales.
En otoño, con las primeras lluvias, el aspecto de Las Tablas comenzaba a cambiar de manera sustancial.
A la vez que el agua de lluvia caía sobre la cuenca  del Guadiana y sus afluentes: Gigüela y Azuer y los afluentes de estos, Záncara, Riansares, Córcoles, Torquito, Valdejudios, Jualón, Torrejón, Amarguillo, Cañamares y sus respectivos arroyos, y los hacia discurrir por la suave inclinación (NE-SO) que presenta el relieve de la gran llanura manchega, buena parte del agua caída se filtraba en la tierra quedando contenida en un subsuelo compuesto de   roca caliza, margas y arenas que actúan como una esponja. Suelos que una vez saturados rebosaban en los terrenos que quedaban más bajos del nivel freático: surtidores que en esta zona reciben el nombre de ojos u ojillos. Las capas inferiores de naturaleza arcillosa impedían que el agua se perdiese en los sumideros más profundos de la tierra, creándose así las grandes balsas de agua que forman los acuíferos 19 (de Altomira); 23 (de la Mancha Occidental) y 24 (de Montiel)
El río Gigüela, seco en muchos tramos durante buena parte del estío, renacía y correoso arrastraba el salitre de los suelos calcáreos que encontraba a su paso desde su nacimiento en la serranía de Cuenca hasta la confluencia con el Guadiana, a la altura del Quinto de la Torre, en el corazón de las mismas Tablas de Daimiel; no sin antes anegar amplios terrenos a su paso por Villarta de S. Juan, Arenas de S. Juan y Villarrubia de los Ojos.
Mientras tanto el Guadiana, crecido y amplio desde su nacimiento por los innumerables aliviaderos (ojos y ojillos) que el acuífero 23 abría para su descarga y le dotaban de aguas cristalinas y puras de las que a horcajadas y sin reparos se podía beber directamente, comenzaba un lento discurrir hacia su abrazo con el Gigüela, poco más de 20 kilómetros más al sudoeste, dando origen a una gran zona inundable de varios miles de hectáreas.
Un territorio inhóspito accesible sólo a una poca gente que entendía y amaba la naturaleza: molineros, pescadores, cangrejeros, artesanos de la anea, ... gentes integradas en el medio en que vivían, que respetaban los ciclos naturales y sólo tomaban los imprescindible para la subsistencia de sus familias.

Un par de meses antes, durante el sofocante estío, la evotranspiración hacía su función recortando los volúmenes de agua, dejando al descubierto buena parte de los terrenos anegados.
Si las borrascas se demoraban en entrar en la península  muchas de estas lagunas y ríos se secaban por completo,otras parcialmente, obligando a las aves a buscar refugio en aquellos lugares que mantenían unos niveles de agua suficientes para su supervivencia; las tablas que se formaban entre Daimiel y Villarrubia de los Ojos gracias a los aportes constantes del Guadiana y de los ojos que había en la zona eran el hábitat perfecto para la infinidad de fauna que durante el invierno y la primavera habían nidificado y criado en las innumerables lagunas de la Mancha y que una vez secas o con niveles insuficientes  para tantos animales se desplazaban buscando zonas aún inundadas. En Las Tablas de Daimiel tenían asegurada la supervivencia.
Los suelos donde los ríos  se expandían por falta de un cauce profundo quedaban otra vez al descubierto bajo un cielo azul inmisericorde que los trazaba en infinitos cuarterones; el río, apenas un reguero de aguas cristalinas se iba consumiendo entre las filtraciones de un terreno voraz de sed y una atmósfera sobrecalentada que exigía su parte del peaje acordado en forma de evaporación.
Las lagunas endorréicas, sin el aporte de ningún río, desaparecían cambiando el fulgor de sus transparentes aguas por costras de sal que crujían en soledad bajo los pies del primer transeunte que quedaba sobrecogido ante la radical apariencia de un espacio que meses antes vibraba con la vida que le regalaban gran variedad de aves.