15 dic 2011

Molinos Hidráulicos. 3ª parte.

El molino de Flor de Ribera  conserva buena parte de su estructura y, aunque hay que ir con cuidado, pues el peligro se cierne sobre quienes se acerquen demasiado a ver sus restos ya que la inclinación que muestran sus paredes hacen presagiar que en cualquier momento se vendrán abajo, se pueden apreciar entre sus ruinas la función a la que estaba dedicada cada dependencia.
Este edificio imponente que un día hizo de molino harinero, venta, posada, lugar de tratos, etc. contaba con su propia bodega y una capilla. Perteneció a la Mesa Maestral de Calatrava.
Posteriormente, ya en el siglo XVII perteneció a la Orden de los Jesuitas de Almagro; en 1704 pasó a ser gestionado por el Concejo de Torralba y en 1769 lo compró el Marqués de Cervera.
Hoy, abandonado, ve pasar a su lado un río que le es desconocido, disimulado por una ingente cantidad de maleza e incontables tarayes. De sus ruinas se descuelgan, los días de lluvia, infinidad de recuerdos acumulados por siglos de historia que buscan huir en las  aguas del río hasta desaparecer en el mar que un día le negaron para siempre.
El molino de Puente Navarro, imagen superior, llegó a tener nueve piedras de moler. De los datos que he consultado en ninguno se dice que los demás molinos tuviesen tantas, lo que debe significar la importancia y dimensiones que debió tener. Colindante con la Casa de los Guardas de Zacatena la primera referencia que se tiene de este edificio data de 1576.
Este molino cierra el Parque Nacional en su zona sur-este. Restaurado en parte por sus actuales propietarios ha perdido todo su valor arquitectónico aunque conserva una nave que se mantiene sin apenas alteraciones que se usa como restaurante de comidas típicas.
El molino de Muño Mocho, como el nombre de un antiguo propietario; muele mucho, por su capacidad de moler; o, Molemocho que es el nombre con el ha llegado hasta nuestros días, es un molino que ha sido salvado de la ruina que le amenazaba hasta hace una década. Hoy, convertido  en museo, ofrece la posibilidad de comprobar cómo se realizaba la tarea de la molienda, gracias  a la maquinaria que en el se exhibe, y que sistemas se utilizaban para que el agua realizase la función motriz necesaria para ese proceso. En él se muestran además una serie de paneles y vídeos que hacen su visita imprescindible para conocer el papel determinante que el río tenia para  esta zona.
Molino de Griñón, molino de El Nuevo de Curenga, de los que algo he contado en las anteriores entradas; Molino de La Máquina o La Dehesa del que sólo quedan escombros como se aprecia en la imagen de arriba en la que algunos curiosos acudieron a ver de nuevo correr el río.
El Molino de Zuacorta y parte de los terrenos aledaños son de propiedad privada. Se han aprovechado los cimientos y canales y se ha construido una vivienda de tres plantas simulando un palacete; sólo los restos del puente, por cierto, en muy buen estado, son accesibles al transeúnte común. Un molino que muchos habitantes de las zonas limítrofes recuerdan con agrado. Quién no vivió algún momento mágico  de niño cuando en familia iban a bañarse o a coger cangrejos.
El puente viejo, el original, ofrece una panorámica que impresiona de mala manera por la degradación que ha sufrido, ya que la extensión que ocupaba el río Guadiana, que nacía unos pocos kilómetros más arriba, está cubierta de tobas, una zona que espeluzna mirar, sobre todo, si se cierran los ojos y se trae a la mente algún recuerdo de cuando todo ese terreno era una laguna de escasa profundidad que refulgía en un  esplendor azul como el color del límpio cielo que en sus aguas se reflejaba.
           
El Molino del Arquel distaba un kilómetro del de Zuacorta y dos Km. de los Ojos, o sea del nacimiento del río. Una presa terrera de más de cien metros atravesaba el río y servía de paso de un lado a otro. No resulta difícil comprender el golpe de agua  que ya desde su nacimiento llevaba el más misterioso y triste de nuestros ríos.